Un discípulo se acercó a su maestro y le preguntó:
El maestro no respondió inmediatamente a su discípulo. Se quedó mirando el horizonte, y después le ordenó:
El discípulo miró el cesto, el cual estaba muy sucio, y le pareció muy extraña aquella orden de su maestro. Sin embargo, obedeció. Tomó el cesto sucio, bajó los cien peldaños de la escalinata hasta llegar al río, llenó el cesto de agua y comenzó a subir. Pero como el cesto estaba lleno de agujeros, el agua se caía, y cuando llegó hasta su maestro, ya no quedaba nada.
El maestro, entonces, le preguntó:
El discípulo miró en dirección al cesto vacío y dijo:
El maestro le mandó repetir el mismo proceso.
Cuando el discípulo volvió nuevamente con el cesto vacío, el maestro le preguntó:
El discípulo respondió de nuevo con sarcasmo:
El maestro, entonces, continuó ordenando a su discípulo que repitiese la tarea. Tras el décimo viaje, el discípulo estaba exhausto de tanto subir y bajar escaleras. Sin embargo, cuando el maestro le preguntó de nuevo:
El discípulo, al mirar el interior del cesto, advirtió admirado:
El maestro, finalmente, concluyó:
Está parábola para mí, refleja de una manera muy acertada el trabajo que hacemos a través del Yoga.
Repetimos nuestra práctica de âsana, día a día, semana a semana, mes a mes, algunos incluso año a año (Yoga Sutras de Patañjali Capítulo II, Aforismo1 tapas).
Pero es necesaria la guía de un profesor/a capacitad@ que nos orienta a través de su experiencia y nos conduce hacia lo que es más adecuado para nosotr@s; también por nuestra parte, nosotr@s, como alumnos tenemos que hacer como el discípulo, confiar en el profesor y en la enseñanza, y a pesar de las dificultades que puedan surgir o no entendamos lo que estamos haciendo o nos propone el profesor, es imprescindible la confianza (I.20 shraddhâ) y abandonarse, entregarse a lo que uno está haciendo, sin esto no hay enseñanza posible, ni camino que recorrer (II.1 svadhyâya).
Y si confiamos, veremos como poco a poco, de una manera gradual, es decir, con el tiempo (I.14 dîrgha-kala) vamos eliminando aquello que nos impide ver nuestro interior (II.52 destrucción de los velos de la claridad), y así podemos conectar con nuestros corazones para que se mantengan vivos y puros (I.3 entonces el ser, de vuelta a la fuente).
Carlos Llorente González
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