Por qué no funcionan las dietas cuando queremos perder peso. Por qué nos vence la Gula, el ansia y comemos lo que no debemos y cuando no debemos. Es la lucha de la Conciencia y el Ego en el campo del deseo sensual de la comida.
Esta exposición nos ayudará a entender mejor cómo funcionamos y porqué cuando nos proponemos “forzar” la erradicación de algún hábito, como el comer en exceso, no tenemos éxito, ya que focalizamos nuestros esfuerzos en el síntoma y no en la raíz.
A continuación se describe de manera metafórica esta lucha entre el príncipe de la Alimentación Correcta, cuyo rey es la Conciencia, y el príncipe de la Gula, cuyo rey es el Ego. Esta batalla se desarrolla en el campo del sentido del gusto.
Al final de esta descripción metafórica veremos como la Gula es la expresión más común de la codicia.
El territorio gustativo: bajo el gobierno del Alma (o conciencia), el príncipe Alimentación Correcta gobierna el territorio gustativo. Guiado por su atracción natural, éste provee aquellos alimentos apropiados que poseen todos los elementos necesarios, sobre todo frutas frescas y vegetales crudos que conservan intacto su sabor natural y contenido vitamínico. Estos alimentos naturales nutren las células corporales, a las que ayudan volverse inmunes a las enfermedades y a conservar su juventud y vitalidad.
Bajo el régimen del Ego, el príncipe Gula crea ansias antinaturales por comidas excesivamente cocinadas, desvitalizadas y nocivas. Los pensamientos relativos al gusto degeneran y las células corporales resultan perjudicadas y quedan sujetas a la indigestión y a la enfermedad.
El príncipe Gula también tienta al hombre a ingerir más de lo necesario para conservar la buena salud. Incluso desde niños, los seres humanos, en su mayoría, tentados por la atracción del gusto, salen de las trincheras protectoras de los hábitos correctos de alimentación y son alcanzados por las balas de la indigestión. Si estas “heridas” se repiten de manera crónica, en muchas ocasiones derivan en severas enfermedades que se desarrollan en una etapa posterior de la vida. Cada kilo de peso inútil implica una carga adicional para el corazón, que debe entonces impulsar la sangre a través de un territorio superfluo. Los hombres y mujeres obesos no son longevos, un hecho del que pueden dar fe las compañías de seguros.
Millones de personas de cada generación pierden la batalla cotidiana contra la gula; pasan la vida cautivas de las enfermedades y mueren en forma prematura. En el caso del hombre común, el sentido del gusto y su maligno ejército de recuerdos de comer sin control, engullir a toda prisa y otros malos hábitos obtienen diariamente la victoria sobre los buenos soldados internos, cuyos consejos relativos a la moderación, la adecuada selección de los alimentos para lograr una dieta equilibrada, la masticación necesaria, etc., son ignorados.
Quien permite que los ejércitos de la gula avancen poco a poco sobre el territorio de sus hábitos dietéticos correctos descubre que, paulatinamente, se encuentra rodeado por el enemigo: la enfermedad. En la mañana, al mediodía y por la tarde, cuando ante la mirada del hombre se despliegan exquisitos majares, el príncipe Gula se propone hacerlo caer en problemas y le envía espías psicológicos para que engañen a su poder de autocontrol, susurrándole: “Come hoy más, mañana puedes dejar de comer en exceso”. “No prestes atención a la pequeña advertencia de la indigestión que tuviste ayer; ¡piensa sólo en lo deliciosa que es la cena de esta noche!”. “Come hoy; no te preocupes por el mañana, ¿quién sabe con certeza lo que ocurrirá mañana? ¿Por qué preocuparse, entonces?”.
Cada vez que el príncipe Gula derrota a una persona, deja alguna leve huella de daño en el reino corporal, daño que gradualmente se vuelve irreparable y termina en la muerte.
Cada día, antes de cada comida, el aspirante a la realización divina debería decirse a sí mismo: “Durante mucho tiempo, el príncipe Gula y sus espías del gusto han entablado combate contra el príncipe Alimentación Correcta; ¿qué bando ha estado ganando?”. Si uno advierte que Gula ha triunfado, debería convocar a sus ejércitos del autocontrol, entrenarlos en el arte de la resistencia espiritual y ordenarles demostrar que son dignos soldados frente al enemigo, Gula, que avanza implacablemente esperando destruir al hombre. El principiante sincero en el sendero espiritual jamás come sin reflexionar primero en que su acción está reforzando el poder de uno de los dos ejércitos interiores. ¡Mientras uno llora, el otro se regocija! Uno es amigo del hombre; el otro, su enemigo.
La codicia, lobha, cuya forma más común es la Gula.
El ego convierte al ser humano en un esclavo de sus caprichos impidiendo que examine y evalúe los errores que podrían estar arraigados en sus conceptos e ideas acerca de las cosas. Bajo su influencia, el hombre no actúa impulsado por el deber o la rectitud, sino para satisfacer sus indisciplinados caprichos. Desde la niñez, la mayoría de las personas están condicionadas a ser gobernadas por el ego y, en consecuencia, se hallan dirigidas por sus sentimientos y guiadas por sustos y aversiones ya programados. Esta esclavitud a los caprichos, gustos y aversiones es lobha, la codicia – la actitud codiciosa, la avaricia, las ansias de posesión de objetos materiales – una confusión de la mente entre lo realmente necesario y las “necesidades” innecesarias.
La forma más común de codicia es el apetito incontrolable del hombre por la comida. Sin embargo, los principios siguientes se aplican por igual a cualquier expresión de codicia proveniente del ego. Dependiendo de su poder de influencia, la codicia por la comida puede expresarse en los siguientes grados:
En su exteriorización más ávida y avariciosa, la codicia lleva al robo, la deshonestidad, la estafa y a obtener provecho personal a expensas del bienestar de los demás. Si un hombre permite que lo venza la codicia, su vida y su espíritu quedarán arruinados y destruidos por el sufrimiento.
Las tres puertas que conducen al infierno (el sufrimiento) son la sensualidad, la ira y la codicia y por consiguiente, deben erradicarse.
Extracto de un texto de Paramahansa Yogananda
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